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María vivía en la zona afortunada. Esa mañana, salió del cole,
y camino de casa decidió dar una vuelta por la ciudad. Ese día
comería sola en casa, algo precocinado seguro, puesto que sus
padres pasaban de cocinar, y además andaban tan ocupados
con sus fabulosos y absorbentes trabajos que María no quería
quedarse en casa sola con la tele, el móvil, la tablet o el ordenador.
Hace un día estupendo, me daré un paseo para estirar las piernas,
se dijo a sí misma. María se puso a andar y andar, y cuando se
quiso dar cuenta acabó cerca de la granmontaña. Sin pensarlo dos
veces decidió que iba a escalarla. Era emocionante llegar hasta la
cima. María subió y subió, cuando se quiso dar cuenta ya estaba
en la cumbre. Que sensación más maravillosa, se sintió libre como
un pájaro y respiró profundo. Se dedicó a admirar el paisaje,
contempló su ciudad, miró al horizonte, se dió la vuelta y miró
para el otro lado de la montaña. Y se quedó boquiabierta cuando
vió la enorme ciudad que veía ante sus ojos, eran los Basurianos,
de los que apenas había oído hablar, era una ciudad mucho más
grande que la suya y estaba llena de gente. Una gran curiosidad
enorme se apoderó de ella y decidió bajar la ladera.
No sabía porque lo había hecho, no sentía miedo, quería conocer a
esa gente tan extraña que le habían contado vivían allí.
