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Eran tantas cosas que querían compartir que se hicieron grandes
amigos. Cada vez parecían todos de la misma ciudad. El gran túnel
que se construyó entre ambos lugares, permitió que la gente
de un lado y otro se conociera, ayudara y establecieran nuevas
relaciones que benefició sin duda a todos.
Todo había cambiado. La gente era mucho más solidaria, se la veía
más feliz, y los niños forjaron una gran amistad que hoy en día
aún conservan.
Y colorín, colorado...
-¡Nooo, abuelo, cuenta más!-gritaron los nietos al unísono.
Para cuando el abuelo había terminado el cuento, sus nietos ya
habían terminado sus cenas y se habían quedado con ganas de
saber más cosas sobre los niños protagonistas de este cuento.
Pero llegó la hora de ir a la cama, y el abuelo les prometió continuar
al día siguiente.
Los niños obedecieron y se fueron a la cama con la esperanza de
que el abuelo les contara más cosas.
Una vez acostados los niños, los hijos del abuelo que también
habían escuchado el cuento, entablaron una conversación con su
anciano padre, ya sentado frente a la chimenea.
-Padre, yo creo que hoy en día nos encaminamos a una situación
parecida-dijo Verónica, la hija mayor.
-¡Qué exagerada! -le dijo su hermana.
-Yo creo que lleva razón, tenemos que recuperar el espíritu de la
ciudad de esperanza.
-¿A qué te refieres?.