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El abuelo que era muy sabio, accedió a contarles un cuento pero
a cambio ellos debían ir comiéndose la comida. El abuelo siempre
decía que con la comida no se juega y que había que terminarse
todo el plato, para que no acabara en la basura.
El abuelo puso la condición de que cuando el cuento se terminara
de contar, los platos se tenían que haber acabado, sin dejar una
migaja.
Los niños pensaron que el abuelo se apiadaría de ellos y les
perdonaría al menos las verduras.