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Clara fue a parar al interior de una pequeña acequia.
-Con tan poquita agua no llegaré a ningún sitio -se lamentaba la
gotita.
Poco a poco se adentró en un canal, lleno de piedrecitas y algún
que otro guijarro.
En las paredes se podía ver la señal que había dejado el nivel del
agua... Y la verdad es que por allí solía pasar muy poca agua, mejor
dicho, poquísima. De hecho, aquellas paredes estaban muy secas
y aquella señal era de hacía mucho tiempo.
Aprovechó unas ramas con cuatro hojas que había por el camino
para saltar y ver qué había detrás de aquellas paredes.
Al saltar y ver todo aquello que la rodeaba quedómuy sorprendida.
-¡Qué diferente es este paisaje!- pensaba Clara recordando el
manantial de donde salió por primera vez.
De repente, su mirada se detuvo en una figura. Se trataba de un
viejecito que, apoyado en el tronco de un árbol, observaba el
mismopaisaje que tanto había impresionado a Clara. Su semblante
era serio, sus ojos eran tristes. Tenía las manos entrelazadas en el
mango de una azada y lamirada... perdida. Perdida en unos surcos
cavados en la tierra, tan profundos como los que se podían ver en
su piel.