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Los dos niños observaron a Clara y, con una mirada cómplice,
asintieron con la cabeza. El más mayor de los niños, que llevaba a
Clara entre las manos, se arrodilló junto al río y con mucho cuidado
metió sus manos dentro del agua y soltó a Clara en la corriente.
Clara cerró los ojos y, observada por el resto de peces que la
rodeaban, empezó a girar, girar y girar... hasta que toda el agua de
aquel río volvió a ser como antes, los desechos desaparecieron, los
pececitos angustiados volvían a notar el oxígeno puro en el agua y
aquella agua que tanto necesitaban para poder vivir estaba clara...
tan clara, como su nueva amiga.
Los peces, agradecidos, saltaron a su lado, ¡volvían a ser felices!
